Cuento 1

by neusmarmol

[Un ejecutivo follándose un cerdo]
[Dos ladrones atracando un banco con cabezas de pingüino]
[Un hombre machacándose a puñetazos él sólo]
[Un viejo babeando a una joven camarera]

Este fin de semana son los San Fermines. Eduardo y yo proponemos a unos cuantos de ir a Pamplona a emborracharnos y a darlo todo. A olvidar la mierda de curro. A olvidar a mi madre. Y a olvidar a Raquel, que me tiene frito el cerebro desde hace unos meses. Lo vamos a pasar de puta madre.
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Mi madre me produce malestar, me incomoda. Su presencia me provoca un nudo en el estómago que sube hasta la garganta y me dificulta la respiración si se prolonga más de la cuenta. Son muchos años, muchas heridas abiertas de las que ya no recuerdo el origen y ni tan sólo entiendo el porqué. Cicatrices de piel hipersensible que con sólo rozarlas te estremeces y recuerdas.
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Al final se apunta David, que lo acaba de dejar con la novia y necesita despejarse. Ella se ha ido con otro. Si David no los hubiera pillado, todo seguiría con normalidad: aquí no pasa nada.

Ella tiene un localizador en el móvil. Una aplicación supermoderna que te indica desde otro móvil dónde se encuentra el aparato cuando no sabes dónde coño está. Pues David utilizó esta herramienta para localizar a su amada, que resultó estar en un parking abandonado, follando con otro. Pobre David. Lo vio, escondido, a oscuras, desde el interior de su coche. [El amortiguador del coche chirriando]
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Pillamos el coche. Yo conduzco, cómo no. Ellos beben mientras se fuman un porro tras otro. En seis horas estamos en Pamplona. Dormiremos en el coche o tirados en cualquier cacho de césped de cualquier plaza llena de meados, vidrios rotos y alcohol.
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A Raquel le gusta tontear. En todas las Cenas de los Viernes me miraba desde la otra punta de la mesa con los ojos brillantes e inocentes de un cachorro que sabe que ha hecho algo mal y busca el perdón de su dueño. Una mirada acompañada de una sonrisa pícara, de niña traviesa. Se comporta como si nunca hubiera roto un plato; en su interior, una vajilla entera hecha añicos.

A veces, se mordía ligeramente el labio inferior, o bien se apartaba el flequillo detrás de la oreja. Sabía que la fórmula funcionaba y que yo era presa fácil. Alrededor, sólo ruido de fondo e imágenes desenfocadas. Una escena congelada que sólo videábamos ella y yo, cachondo perdido. [Toda la sangre de mi cerebro en la entrepierna]
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Eduardo y David van totalmente pasados y los porros les han dejado bien pajaritos. Me obligo a ponerme a su altura, bebiéndome un par de Xibecas en un plis-plas. Los chupitos también han ayudado.

Chupamos la sal, tragamos tequila y mordemos limón. Brindis. Chupamos la sal, tragamos tequila y mordemos limón. Brindis. Chupamos la sal, tragamos tequila y mordemos limón. Brindis.

Tres rondas que Eduardo paga y que compartimos con dos chicas guapas. Bien, supongo que eran guapas, porque sólo recuerdo que tenían unas buenas tetas, sobretodo la morena. Como no recuerdo los nombres, las bautizaré como la Rubia Boca Grande y la Morena Tetorras.

Eduardo es el tiracañas del grupo y no hay noche que no acabe magreándose con alguna. Nos vamos con ellas a ver el chupinazo. Esta noche follamos, repite Eduardo, aprovechando que ellas no entienden nuestro idioma.
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Con la torta se me ha pasado la rabia que me ardía por dentro esta mañana, después de hablar con el jefe. Un hijo de puta sin escrúpulos que nos explota y al que todavía tenemos que dar las gracias por ingresarnos una mierda al final del final del mes posterior del posterior mes trabajado. Oh, Dios, gracias.
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Borrachos. Borrachísimos ahogando las penas en medio de una plaza atiborrada de gente. Todo se mueve, mucho ruido, mucha música. Y tetas. Todos babeamos mientras miramos atontados cómo rebotan las tetas de la Morena (valga la redundancia) Tetorra mientras Eduardo la aguanta sobre sus hombros. Sólo veo tetas. Tetas moviéndose a cámara lenta, liberadas del sostén que las aprisionaba y que ahora se encuentra sobre la cabeza de David.
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Raquel me envía un whatsapp. ¿Te hace una birra? [Toda la sangre de mi cerebro en la entrepierna] Va. Cálmate, me digo. Sólo será una cerveza, una inocente cerveza y ya está. Cero remordimientos.

Es la primera vez que quedamos Raquel y yo, solos, sin la gente de las Cenas de los Viernes. Estoy nervioso, me sudan las manos. A las diez y media la espero con el coche delante de su casa. Un minuto, dos, tres… Finalmente baja. Le doy dos besos torpes y, tartamudeando un poco, le pregunto dónde quiere ir.

Da igual. Sólo me quiero emborrachar un poco y hace tiempo que quería hablar contigo. Me pareces un tío majo pero nunca hemos tenido la oportunidad de charlar tranquilamente, los dos. ¿Vamos al Klandestino mismo?
Okey.
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David poniendo la cabeza entre las tetas de la Morena Redundantemente Tetorra, mientras Eduardo se las aguanta desde abajo. Eduardo convertido en el sostén de la Morena Tetorra, apretando bien como un wonderbra o push-up, que se ve que es cómo lo llaman ahora, según Raquel.

La Morena Tetorra intenta bajar de los hombros de Eduardo, pero aparecen más manos, un mar de tentáculos que la atrapan con fuerza. Impotente, se echa a llorar y a gritar pero el mundo es sordo. A mi lado, alguien le está comiendo la boca a la Rubia Boca Grande mientras otro le arranca la camiseta y le arrima la polla dura en el culo.
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Bebemos una Voll-damm tras otra hasta perder del todo la vergüenza. Los tabús, con unas cuantas cervezas encima, se desvanecen. Los ojos de Raquel me atrapan como una telaraña. Sus labios, entreabiertos, dibujan una sonrisa estudiada pero jodidamente sexy. Sólo los quiero morder. Sólo quiero besar y meter la lengua en la oreja de Raquel y bajar por el cuello, chuparle las tetas para acabar lamiéndole la barriga y hacer que chorree hasta deshidratarse.
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El chupinazo tarda más de lo previsto. Alguien ha colgado una ikurriña enorme, en medio de la plaza, que tapa el balcón del Ayuntamiento. Pitos y gritos. Alcohol y tetas. Y flashes.

Finalmente retiran la bandera y todo el mundo aplaude. La Morena Tetorra y la Rubia Boca Grande han desaparecido. David sigue con el sostén de la tetorra en la cabeza.

Vaya par de zorras. Son unas calientapollas. Te ponen caliente y se van. Que les jodan.
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Desabrocho el vestido de Raquel. Lentamente, le bajo la cremallera de la espalda mientras le aparto el pelo y le beso el cuello. Noto su estremecimiento en cada milímetro que avanzo en la supererótica tarea de bajarle la cremallera. Lo compruebo cuando le meto los dedos en las bragas, totalmente mojadas. Perfecto.

Acabamos follando como locos en el coche. Mil posturas diferentes. Animales en celo. Sexo salvaje. Mordiscos, patadas y hostias que me dejan moratones en todo el cuerpo durante un mes.

No sé cómo David no se ha podido percatar de nada. Después de esa noche, cada vez que sus ojos y los míos se encuentran, yo aparto la mirada. En el fondo, sé que lo sabe. Pero está tan solo que no puede darse el lujo de mandarme a la mierda, de patearme los huevos y romperme la cara. Si lo hiciera, ¿con quién cenaría todos los Viernes?